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Cívitas Dei et Novus Orbis
“¿Y si no fuera en realidad otra cosa
que la puesta en práctica de una utopía,
y el neoliberalismo se hubiera convertido
entonces en un programa político,
pero al mismo tiempo
se tratara de una utopía
que apoyándose en la teoría económica
de la cual se reclama,
llegara a imaginarse
como la descripción científica de lo real?”
a mitad de la riqueza del mundo está en manos de un exclusivo 2% de los adultos del planeta. El 85% de la riqueza total del mundo (PBI) está en manos de un 10% de ricos. El 1% de aquellos más ricos poseen el 40% de todos los activos globales: 50 trillones de dólares (ese volumen gigantesco de dinero equivale al 75% del PBI de todo el planeta, o al 95% de lo que producen los países más ricos. Dicha fortuna es semejante a 13 veces el PBI anual de América latina y el Caribe). En contraste con ese mundo, la mitad más pobre de la población del planeta sólo recibe apenas el 1% de la riqueza global (1).
¿Cómo imaginar un paradigma del orden y la armonía? La humanidad, por medio del registro metafórico, vio en la figura de la ciudad uno de los símbolos retóricos más utilizados para representar el buen gobierno y la vida política regida por la razón. Al mismo tiempo, la utilización de la imagen de Jerusalem – ciudad santa fundada por el rey David en el monte Sión, símbolo de la alianza entre Dios y el pueblo elegido – ofició de ideal y acarreó junto con ella la preocupación mundano de regulación: por medio del premio a la virtud o el castigo del pecado, la sociedad humana imaginó herramientas que intentaron acercar el cotidiano terrenal a los ideales de la perfección. Así, muchas utopías se elaboraron dirigidas hacia la consecución de ese fin. Pero, entre todas ellas, hay una Trinidad Utópica que ha coincidido en señalar la necesidad de selección de una elite para el gobierno de la ciudad. Tomando la representación del Pueblo Elegido – como categoría para simbolizar el ejercicio del gobierno elitista de la ciudad – enumeramos los términos de dicha trinidad: el Racionalismo Positivista, el Neoliberalismo y el Calvinismo.
¿En qué punto coinciden estas cosmovisiones que a simple vista parecen irreconciliables? y ¿De qué modo esa lucha por la edificación de la ciudad celestial se expresa en la actualidad?
Comte fue el filósofo de la burguesía industrial en los comienzos del capitalismo. Elaboró su obra en base a la concepción de que el advenimiento de esa sociedad daba de alguna manera un fin a la historia humana. Su último estadio, el positivo, contenía así, el resultado magistral de la evolución de la sociedad humana, siendo el capitalismo industrial una especie de acontecimiento absoluto. Su preocupación fue elaborar no solo una teoría de la ciencia sino también y muy especialmente una reforma de la sociedad y una religión. En su utopía, a los científicos les corresponde lograr el orden y a la burguesía industrial, alcanzar el progreso gobernando a la sociedad. Su obsesión estuvo dirigida entonces hacia una exigencia inmediatamente política pero destinada a la consecución de un fin eminentemente práctico: cómo garantizar el orden social. Más aun, ¿cómo lograr que el universo de campesinos y artesanos, expulsados del modo de producción feudal, habituados a vivir bajo el sol y según el tiempo de las estaciones deviniera finalmente clase obrera, aceptara la lógica del trabajo asalariado, asimilara la disciplina de la fábrica y su nueva condición social?
¿Un mundo gobernado por una burguesía industrial y una elite de científicos ya en los umbrales del siglo XIX? Una etapa final de la civilización coronada por el “espíritu positivo” donde los científicos “tienden a consolidar el orden mediante la elaboración racional de una sabia resignación ante los males incurables; (una verdadera resignación, esto es, una disposición permanente a soportar con firmeza y sin esperanza de compensación todos los males irremediables)”(2). Aquí leemos, indefectiblemente, la distribución de la riqueza.
Así, lo irremediable en Comte es sin duda los producidos de una ley positiva, racional y evidente cuya lógica inexorable no permite su alteración. Sin embargo, cuando hagan su aparición aquellos que irracionalmente pretendan cambiar el orden, Comte propone la solución: “La suerte del proletariado debe mejorarse todo lo posible, no tanto por su bien sino por el de la elite gobernante”(3). Toma así las enseñanzas de Luis Vives quien desde su experiencia medieval de la caridad ya había señalado que “si se descuida la atención de los pobres, la república corre peligro, dado que aquellos se irritan y tienen envidia de los ricos”(4). Comte da otra respuesta si aquella primera fracasa: “Hay dos maneras de refrenar a esa clase: usar la fuerza para imponer el orden social o lograr que amen ese orden”. (5) Nuevamente, la ingeniería de Comte se refleja en el espejo de quien fuera considerado el referente de la doctrina monacal cristiana: “De modo que no solamente debe ser sobrellevada (la pobreza) con resignación, sino abrazada con alegría, como un don de Dios. Vuélvanse al Señor, que les ha tocado con una clara prueba de su amor, pues Dios a quien ama, castiga”(6).
La denominación de "neoliberalismo" apareció a mediados del siglo pasado; y en la década de los sesenta, algunos autores la emplearon para referirse a los teóricos de la economía social de mercado, cuyas teorías eran "nuevas" en relación al liberalismo clásico. Al igual que el positivismo, los neoliberales desarrollaron una amplia teoría que comprende una concepción del conocimiento y la ciencia, del hombre, su libertad, la igualdad, la sociedad, el derecho, la economía, el Estado, la política y la democracia y otros aspectos. La teoría neoliberal fue fundada por los economistas austríacos Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek(7). Es de su discurso que nos ocuparemos ahora.
Hayek llamó a su criatura grotesca "mi utopía política"(8). Propuso un sistema político bicameral, donde la primera cámara estaría formada por representantes políticos, quienes designarían un equipo de gobierno que ejercería el poder ejecutivo, como sucede en los regímenes parlamentarios. La segunda, estaría compuesta por representantes provenientes exclusivamente de la elite del mercado (no podrían pertenecer a partidos políticos) El saber político por excelencia se encontraría obviamente en la actividad económica. De este modo, la legislación así nacida, realizaría el “estado de derecho”: es decir, las normas que favorecerían el desarrollo del mercado, estimularían la competencia y garantizarían el éxito de la vida social. Así se realizaría la justicia, dado que – en su concepción – aquella no es más que el resultado tautológico de la política del mercado.
El "núcleo duro" de esta teoría es la concepción del mercado, ya que: el mercado es lo más justo, porque da a cada uno en proporción exacta de los que éste da; lo más sabio, porque sus precios libres reúnen más información que toda la que podría conocer un hombre; lo más generoso, porque da bienestar a todos; fuente de vida, puesto que permite que vivan más personas; y por último, lo más poderoso en la tierra, porque puede hacer mucho más que los Estados.(9)
El soporte humano pertinente para el funcionamiento de este modelo, requiere una razón instrumental y subjetiva que acepte la natural desigualdad y reniegue de la noción de igualdad política, ética y jurídica básica. Estas desigualdades naturales son las que explican las económicosociales. La sociedad que emerge de este basamento subjetivo se divide en “la masa” y una pequeña elite poseedora del autocontrol y la comprensión de las leyes abstractas que la rigen. Al igual que Comte, esta cosmovisión es irremediable ya que su abandono conduciría a la barbarie.
Hayek sostiene que “la mano visible de la política” (El Estado) siempre obtiene resultados negativos, contrarios a los que produce “la mano invisible” (el mercado). El argumento recuerda al de Herbert Spencer quien se opuso a las leyes que limitaban el trabajo infantil en el siglo XIX, porque restringían la libertad contractual y también a Robert Maltus quien en la misma época entendía que toda prestación pública terminaría por disminuir la altísima mortalidad de la clase trabajadora, aumentando –en consecuencia- la oferta “funesta” de mano de obra masiva.
El triunfo del ideal de “dictadura del mercado” según Hayek sólo se alcanza al precio de "derrocar la política". Ella es –dentro de la ideología neoliberal- un subsitema autónomo del económico cuya lógica de poder no coincide y es discordante con la lógica del mercado. Hayek sostiene que sólo así podrían restablecerse las condiciones del pleno funcionamiento del orden del mercado. Para llevar adelante el derrocamiento de la política, se requiere que una nueva elite reemplace a la anterior, por una de origen neoliberal reconociéndose en la práctica la cualidad de "partido político". Este es sin dudas un partido trasversal, una "minoría consistente", cuyos miembros pertenecen a distintos partidos, a la administración del Estado, a las fuerzas armadas, las iglesias, los medios comunicativos o los organismos internacionales. Hayek ya lo demostró: sus servicios al régimen de Augusto Pinochet en Chile, corroboraron aquella teoría suya de que “un pueblo de hombres libres no es necesariamente un pueblo libre”.
Así como el Calvinismo Anglosajón realzó la existencia del mercader, el Puritanismo le otorgó un reconocimiento de santidad al provecho económico creando un credo religioso moral que logró reconciliar a los bienes materiales con las cualidades propias del buen cristiano. Esta doctrina teológica edificó una utopía económica por medio de la cual, al mismo tiempo que divinizó la actividad terrenal, secularizó la religión.
La expansión del mundo hasta entonces conocido, requirió justificar la incorporación de nuevas poblaciones y su administración, tanto como el dominio y la explotación de los nuevos territorios. En definitiva, dar vida a un modo de interpretar los intereses prácticos a través de una especulación teórica que oficie a su vez como una ética que bendiga los nuevos modos de ser. “El Puritanismo produce la transmutación de los valores cristianos. Las cualidades que habían sido consideradas vicios sociales en la época anterior, se transforman en virtudes económicas y se imponen también en forma de virtudes morales. El mundo existe para ser conquistado y sólo sus conquistadores merecen el nombre de cristianos. Al ganar el mundo, ganan la salvación eterna. El Puritano debe consolidar las ventajas que Dios y la Providencia le otorgan. El éxito en los negocios es así casi una demostración de la elección de Dios. El nuevo Credo, transforma la adquisición de riquezas en un deber moral. No era necesario arrojar la religión de la vida práctica ya que la propia religión fundamentaba la empresa económica.”(10)
“De Dios procede el derecho a la propiedad privada. Él es quien asigna la propiedad y ésta no es una cuestión susceptible de discusión. La pobreza y la prosperidad son ambas de Dios, quién distribuye los bienes de este mundo como Él lo cree conveniente, y sus procedimientos no son para ser discutidos por los hombres pecadores. La riqueza en sí misma no es un mal, ya que es de Dios, y el pobre se rebela contra Dios cuando se rebela contra su voluntad en esta materia. Así, la propiedad privada, es un derecho porque Dios ha dado al hombre la obligación de servirle con su riqueza. El Estado protege la propiedad y provee las formas para ser adquirida y mantenida pero no la confiere y no puede quitarla excepto por razones Escriturísticas.” (11)
La intervención de la Providencia, en todas las actividades, tiene lógicas consecuencias en la comprensión de la vida de los hombres. Es ella quien viene a resolver el problema de la distribución. “Porque debemos considerar que lo que cada uno posee, no lo ha conseguido a la ventura o por casualidad, sino por la distribución del que es Supremo Señor de todas las cosas; y por eso a ninguna persona se le pueden quitar sus bienes con malas artes y engaños, sin que sea violar a la Distribución Divina.”(12) El Orden de Dios, para Calvino, ordena todas las cosas conforme al mejor orden posible.
Calvino y la mano de Dios: “Hay a propósito de esto, una bella sentencia de San Agustín, quien dice: “La Escritura, si se considera atentamente, muestra que, no solamente la buena voluntad de los hombres – la cual Él hace de mala, buena y así transformada la encamina al buen obrar y a la vida eterna – está bajo la mano y el poder de Dios, sino también toda voluntad durante la vida presente; y de tal manera lo están, que las inclina y las mueve según le place de un lado a otro para hacer bien a los demás o para causarles un daño, cuando los quiere castigar; y todo esto lo realizar según sus Juicios Ocultos, pero justísimos. Resumiendo, pues: cuando decimos que la voluntad de Dios, es la causa de todas las cosas, se establece su Providencia para presidir todos los consejos de los hombres, de suerte que no solamente muestra su eficacia en los elegidos, que son conducidos por el Espíritu Santo, sino que también fuerza a los réprobos a hacer lo que desea.”(13)
Adam Smith, como presbiteriano, asumió directa y explícitamente el orden natural y la providencia de Calvino “Los ricos escogen del montón sólo lo más preciado y agradable. Consumen poco más que el pobre, y ‘a pesar’ de su egoísmo y rapacidad natural, y aunque sólo procuran su propia conveniencia y lo único que se proponen con el trabajo de esos miles de hombres a los que dan empleo es la satisfacción de sus vanos e insaciables deseos, dividen con el pobre el producto de todos sus progresos. Son conducidos por una mano invisible que los hace distribuir las cosas necesarias de la vida casi de la misma manera que habrían sido distribuidas si la tierra hubiera estado repartida en partes iguales entre todos sus habitantes; y así, sin proponérselo, sin saberlo, promueven el interés de la sociedad y proporcionan medios para la multiplicación de la especie. Cuando la Providencia dividió la tierra entre unos pocos nobles propietarios, no olvidó ni abandonó a aquellos que parecían haber sido dejados fuera del reparto”(14) La mano invisible o La Providencia de Dios, sus decretos, las pruebas de su Gracia o su Soberanía Divina, son tomadas por Smith por lo que el problema de la distribución en el manejo de la sociedad desapareció de la estructura teórica del liberalismo, porque pertenece obviamente a quién es “Supremo Señor de Todas las cosas” (Calvino).
Obviamente que los elegidos por la Soberanía Divina son los que triunfan dentro del esquema planteado por Calvino. El gobierno, de este modo, corresponde a los elegidos por Dios. Ellos son los propietarios y quiénes a través de la actividad económica y comercial, sirven a Dios con sus riquezas. En definitiva, este sistema funciona a través de la “mano invisible”; mano que pertenece – por supuesto – a Dios.
Llegados a este punto, a partir de haber transitado el recorrido que nos permitieran hallar las significaciones comunes a la trilogía referida al comienzo del capítulo, se vuelve congruente al texto descubrir el grado de actualidad que presentan sus premisas más contundentes. Los caminos que están haciendo posible el crimen deben ser discernidos.
El Nuevo Orden Mundial que se organizó durante la última etapa del capitalismo globalizado se basa en cuatro principios claves: el mundo debe ser gobernado por una elite, el fin justifica los medios, el fuerte debe dominar al débil (el fuerte ha sido concebido para ser un predador, y el débil para ser una presa), la eliminación del débil es compatible al principio de la selección natural (dado que en el mercado la vida de cada individuo no tiene el mismo valor, por consiguiente quienes tienen un valor mercantil nulo pueden ser eliminados en aras del interés superior del conjunto). La élite de la que hablamos es obviamente aquella minoría de homo economicus que representa sólo el 6,5% de la población del mundo, pero cuyas decisiones privadas –hoy más que nunca en toda la historia – han afectado ya no sólo a las instituciones estatal-nacionales; sino al medio ambiente y a toda la especie humana.
La globalización y la privatización de la economía mundial (particularmente en el orden monetario y financiero), tienen profundas implicaciones para la existencia del Estado-nación independiente y soberano - que sigue siendo un supuesto fundamental del actual orden internacional - . Los estados nacionales periféricos están perdiendo el control de importantes esferas de actividad pública, como la oferta monetaria y los instrumentos esenciales de la política económica(15). Esto significa que el contenido de la soberanía nacional y el papel del Estado-nación como actor de las relaciones internacionales se diluye progresivamente en un vasto mercado global. De esto se desprende un nuevo ingrediente que atestigua un plus de malestar en el “ciudadano” aún integrado a la liturgia política; "La idea de que una comunidad nacional se gobierna a sí misma y que determina su propio futuro -una idea-símbolo que está en el corazón del sistema democrático mismo- es profundamente dudosa de ser sostenida hoy en día"(16).
“Sin embargo, las empresas transnacionales siguen siendo empresas nacionales, y el respaldo de sus respectivos estados-nación sigue siendo absolutamente esencial en su ecuación de competitividad. En consecuencia, los estados continúan siendo actores cruciales de la economía mundial. No es correcto entonces señalar que “la decadencia del estado-nación es un proceso estructural e irreversible”(17). ¿Se ha diluido irreparablemente la soberanía nacional, socavada de modo irremediable por las fuerzas de la globalización? La respuesta es sí y no. Sí, porque sin duda alguna la soberanía nacional de los estados de la periferia se ha lesionado considerablemente. Pero otra cosa ha ocurrido en el mundo desarrollado (18), donde no es cierto que la soberanía nacional se haya resentido. Lo que se observa, antes bien, es un reforzamiento, aunque de distinto tipo. En Estados Unidos, la presencia del Estado se ha reforzado considerablemente a partir del fin de la Guerra Fría y la implosión de la Unión Soviética”(19).
Si tomamos por caso el Consenso de Washington, vemos que las reglas del juego del sistema internacional siguen siendo las del neoliberalismo global, dictadas principalmente por Estados Unidos. Por otro lado, la Corte Suprema de Estados Unidos ha determinado que una corporación estadounidense posee los mismos derechos que un ciudadano particular de ese país(20). De ahí que el Gobierno de Estados Unidos considera legítimo tener intereses en cualquier región del mundo donde se encuentren empresas estadounidenses(21). Muchos intereses comerciales resultan ser intereses gubernamentales y, por extensión, intereses militares(22).
Los debates sobre la relación entre desarrollo y democracia pueden ser considerados como un tema clásico de la teoría política. Aplicado al pensamiento contemporáneo, las políticas posibles de realización en un contexto de polarización, fueron examinadas por distintos intelectuales bajo el rótulo de la “nueva cuestión social”. El problema se planteó en términos de "cuánta pobreza aguanta la democracia", apuntando a la mera gobernabilidad de una sociedad injusta e inviable. La perspectiva, literariamente impactante aunque analíticamente tradicional, es tributaria de la idea de que crecientes niveles de empobrecimiento de la población deterioran la calidad de la construcción democrática.
La pregunta que hoy por hoy debiera ser realizada tiene un imperativo moral: qué tipo de democracia es esta que en la era del mercado genera pobreza.
Sin embargo la “sinceridad” ha sido al menos el componente que nos ha brindado siempre el pensamiento neoliberal: “La crisis es superable si se logra someter al Estado a la lógica de la acumulación de capital mediante la liberalización del mercado que, en una primera etapa, requiere subsidiar al capital privado y equipar a las fuerzas militares y policiales; el enemigo no es un adversario competitivo del mercado sino un adversario de la vigencia del mercado como tal; todo se transforma en subversión cuando se defienden valores que entran en conflicto con el capital; desde esta perspectiva la justicia no es más que el resultado tautológico de la política del mercado, dado que lo que hace el mercado es justicia”(23). De allí que sostuviera dos máximas vigentes en la actualidad: que “un pueblo de hombres libres no es necesariamente un pueblo libre”(24) y que “la pretensión de hacer felices a los pueblos lleva inevitablemente a la violencia”(25).
Es Yamandú Acosta quien nos señala crudamente cómo ha sido el camino hacia el mundo que hoy percibimos: “La tesis "todo al Mercado", no puede invisibilizar el nuevo papel del Estado. Del Estado terrorista, también definido como "Estado de Seguridad Nacional", se transitó a un Estado de Seguridad Mercantil, de las "Dictaduras de Seguridad Nacional" a las Democracias de Seguridad Mercantil. Como el mercado totalizado no desarrolla y como las Democracias de Seguridad Mercantil sobredeterminan esa totalización reforzándola, la dirección opuesta al desarrollo supone el profundo vaciamiento de las democracias. El súbdito del Estado terrorista se internaliza resignificándose en el ciudadano elector-consumidor de relevo, quien es ahora súbdito de las exigencias y las leyes del mercado, para hacer respetar las cuales, se apela a la violencia "legítima" del Estado que viene a reforzar la "justicia" del mercado”(26). Está demás decir que las consecuencias para la subjetividad, son desastrosas: “en la actualidad, al definir la producción de subjetividad social como de consumidor – consumible y al consumido como excluido radical o exterminado social, la dimensión de humanidad se ve totalmente resquebrajada”(27)
Los ciudadanos han crecido socializados en una cultura donde se sostenía que la Constitución del Estado era el principio de organización política y jurídica de su nación; que en ese lugar estaban protegidas y contenidas las causas primeras y el fin último hacia donde se dirigía su existencia dentro de la polis moderna. Cada individuo reconocía en esas palabras que sólo tenía razón de ser en cada otro con quien compartía esa historia común (el yo tiene en el nosotros su reservorio político). Que allí estaba dicha la utopía que los convertía en hombres y mujeres iguales y libres. Y que a pesar de contener los valores últimos e inamovibles de la base de su sociedad, era también una obra abierta a los tiempos y por lo tanto, revisable. Ese documento no era un mero manuscrito histórico muerto, sino un proyecto de sociedad justa que señalaba el horizonte de expectativas de una comunidad política y que sus miembros mediante sus diferentes lecturas debían y podían ir adaptando a los cambios históricos que planteara la realidad.
De ese modo, el Estado-Nación producía subjetividad ciudadana en simpatía con la revolución que le diera origen. Una revolución –dicho sea de paso- sostenida en la afirmación del potencial instituyente de los seres humanos, capaces del autogobierno y sepultureros de todo régimen contrario a la igualdad y la libertad.
Será en el año 2005 que la noción de democracia alcanzará uno de sus rasgos más virtuosos con la aparición de un informe del PNUD(28) donde el significado de la democracia como el gobierno del pueblo en diálogo con el presente y con el futuro de nuestra América, afirma que el gobierno del pueblo significa un Estado de ciudadanos y ciudadanas plenos. Una forma, sí, de elegir a las autoridades, pero además una forma de organización política que garantiza los derechos de todos: los derechos civiles (garantías contra la opresión), los derechos políticos (ser parte de las decisiones públicas o colectivas) y los derechos sociales (acceso al bienestar).
De esa manera, la ciudadanía, ha sido una idea que ha venido reconociéndose desde sus orígenes como la única depositaria del poder constituyente y de la soberanía. Sin embargo, desde los años noventa –década pasible de englobar los procesos vividos por diferentes sociedades humanas frente al avance neoliberal – de hecho, todos estos elementos que sostenían el mundo fueron perdiendo frente al asedio del mercado su capacidad de instituir humanidad; de hacer sociedad.
“El Estado, en tanto máquina vinculante, producía cohesión social. La máquina política-estatal producía subjetividades institucionales a través de un régimen de procedimientos compartidos por las diversas organizaciones. Si bien la escuela no era la familia, ni la fábrica era la casa, había en todas esas instituciones una serie de procedimientos comunes. Y esas operaciones y procedimientos producían cohabitación social, asegurando con mayor o menor eficacia, vida en común. La subjetividad que resultaba del tránsito por las instituciones disciplinarias era una subjetividad moderna. Y esa subjetividad se constituía en una dimensión bifronte: yo (la dimensión privada o individual de la vida) y nosotros (la dimensión pública o política de la vida). De esta manera, la subjetividad moderna encontraba su consistencia en el anudamiento entre esas dos configuraciones. Además de ser un yo, éramos miembros de una clase, una nación, un movimiento o un partido. Y ese yo se nutría de su dimensión política, y a su vez, esa dimensión política encontraba en el yo un recurso para la construcción”(29).
¿Qué implica, entonces, que el Estado entre en crisis por el mercado? Por un lado, significa que los modos de pensar, de sentir y de actuar la política están cuestionados. Pero, por otro lado, también significa que el Estado ahora convive con otros poderes, que en algunos casos lo colonizan y en otros lo reducen a una mínima expresión. Durante los siglos XIX y XX, el poder era disciplinario y producía subjetividad ciudadana; era el centro donde se construía el lazo social. A fines del siglo XX comienzan a surgir otros poderes, que no disciplinan sino que desarticulan, que no producen subjetividad sino que la destituyen. La utopía deja de ser el sueño que sueña la ley y que nos incorpora a un tiempo histórico y nos dona sentido a través de las relaciones intergeneracionales para devenir en el momento del mercado como no tiempo ni lugar (fin de la historia) donde la ley es la ley de la oferta y la demanda que pulveriza el lazo social y donde la subjetividad no puede tener un tercero de apelación, dado que todos los “males incurables” son provocados por una instancia intangible: “la mano invisible” del mercado que es lo que en este momento del proceso “hace justicia” (Hayek dixit).
Recapitulando, ese gobierno ideal de la ciudad al que hemos acudido para referirnos a este momento privilegiado del mercado - de una representación casi tan pura y perfecta como aquella ciudad de dios gobernada por la mano invisible de la Providencia que se le evidenciara a Calvino y fuera admitida sin duda por Adam Smith y que en el discurso neoliberal de Hayek es puesta nuevamente en acto - ¿es ni más ni menos que la utopía encarnada en el 10% de la humanidad?. Si continuamos transitando por la lógica argumentativa que la trinidad analizada nos ofrece, es evidente que sí.
“En nombre de este programa científico de conocimiento, convertido en programa político de acción, se cumple un inmenso trabajo político (denegado, porque en apariencia es puramente negativo), que busca crear las condiciones de realización y de funcionamiento de la “teoría”: un programa de destrucción sistemática de los colectivos.”(30). Como ayer, el problema sigue siendo qué hacer con esa parte de la humanidad que queda por fuera del pueblo elegido.
Citas
1Instituto Mundial para la Investigación del Desarrollo Económico de la Universidad de las Naciones Unidas. 2006.
2Comte, A. Citado en Zeitlin, I “Ideología y Teoría Sociológica”. Amorrortu, 1997.
3Comte, A. Ob. Cit.
4Vives, J. Citado por Ander Egg, E. “Del ajuste a la transformación, apuntes para una historia del trabajo social”. ECRO, Bs. As. 1975.
5Comte, A. Ob. Cit.
6Vives, J. Ob. Cit.
7Su capítulo chileno, creado en los años ’70, reunió a ex ministros de economía del dictador Pinochet, y lo hizo extensivo a economistas y políticos de toda el ala derecha de ese país. En su primera sesión, Hayek propuso como tarea de la nueva sociedad: "purgar de la teoría liberal tradicional de ciertas adherencias accidentales que se le han anexado a lo largo del tiempo" Estas “adherencias accidentales" de las que hablaba, eran las teorías de la justicia social y aquellas de la responsabilidad social del Estado respecto a las necesidades básicas de la población, la solidaridad, etc., es decir, todas aquellas concepciones que certifican el Estado de Bienestar; blanco predilecto de toda su crítica contemporánea.
8Hayek, F "El ideal democrático y la contención del poder", Estudios Públicos Nº 1, diciembre, Centro de Estudios Públicos, Santiago, 1980.
9Hayek, F. “Los fundamentos de la libertad”. Ed. Unión Editorial, Madrid, 1978.
10Espoz Le-Fort, R. “La Revolución Moral Escocesa : la santificación de los mercaderes“ Revista de Filosofía Universidad Católica de la Santísima Concepción, Año 1 Nro 1, Chile, 2002
11Gregg Singer, C. “Calvino y el orden social”
12Calvino, J “De la Gracia y el Libre Albedrío” Cap. XX. LII – Cap VIII, 45, p 297. En Espoz Le-Fort, R., Ibidem
13Calvino, J. Ibidem
14Smith, A “Riqueza de las Naciones”, Ibidem,
15Nos referimos a aquellos estados nacionales ubicados en lo que se denomina tercer mundo, pero sobre todo a los estados de América Latina donde el experimento neoliberal de los 90 acentuó y profundizó estas características que fueron puestas en práctica durante las dictaduras militares que asolaron toda la región.
16Un ejemplo contundente de esto es que a partir del menemato y la “reforma del Estado” dejó como herencia el control por parte de "intereses extranjeros" de las empresas prestadoras de servicios esenciales. Gran parte del poder de decisión de los resortes para el desarrollo económico se encuentran en estos momentos en despachos ubicados fuera de la Argentina. Como anticipo de "pérdida de soberanía" existen en los contratos de las empresas privatizadas cláusulas que remiten al CIADI como organismo a través del cual se deberán dirimir conflictos con “compañías extranjeras” que prestan servicios esenciales en Argentina. (Siglas del tribunal arbitral del Banco Mundial: “Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones”).
17Hardt, M. y Negri, A. “Imperio”. Paidós, Bs. As. 2002.
18Si bien hoy las grandes compañías transnacionales han superado la jurisdicción y la autoridad de los estados-nación, el 96% de las 200 megacorporaciones que prevalecen en los mercados mundiales tienen sus casas matrices en 8 países del mundo desarrollado, están legalmente inscriptas en los registros de sociedades anónimas de esos mismos 8 países, se encuentran adecuadamente protegidas “por las leyes y los jueces de sus estados de origen”.
19Borón, A. “La Cuestión del Imperialismo”. Clase de Cierre. Mimeo.
20Como ejemplo vemos que a partir de la firma por parte de Chile del Tratado de Libre Comercio (TLC) con EEUU, país del que Douglas Tompkins es ciudadano, invocó su condición de inversor norteamericano y solicitó la aplicación del punto 10.15 del capítulo “Inversión” del TLC -que establece los mecanismos para resolver una controversia- lo que obligará al gobierno Chileno a aceptar un tribunal arbitral en Estados Unidos. De esta manera la “controversia” ya no se resolverá a través de la justicia chilena, la que de este modo perdió jurisdicción sobre parte del territorio del Estado chileno. ¿Pasará lo mismo con los Esteros del Iberá?
21En el marco del ALCA o de cualquier tratado bilateral de “libre comercio”, los países de América Latina simplemente deben adecuar su legislación interna a la de los Estados Unidos.
22Una prueba de ello es la legalización de la tortura y la anulación del derecho de habeas corpus aprobada por el Senado y el Congreso de los Estados Unidos lo cual generó un vendaval de críticas. Como ejemplo traemos la Carta por medio de la cual 30 ex embajadores y diplomáticos de alto rango solicitaron al Senado que no anulara el habeas corpus porque “no hay un principio más central de la democracia”…“nos han dicho que el propósito central de la política exterior de Bush es la promoción de la democracia para otros, pero eliminar el Habeas Corpus en Estados Unidos como recurso para ciudadanos de otros países que han caído en nuestras manos no puede ser otra cosa más que un burla de esta pretensión a los ojos del resto del mundo”…”no pretendan quedar sorprendidos por las consecuencias de esta legislación...y no pretendan sorprenderse cuando el mundo nos empiece a comparar con los nazis”.
23Hayek, F. Ob. Cit.
24Hayek, F. Ob. Cit.
25Hayek, F“Obras completas volumen IV”, Las viscisitudes del liberalismo. Ensayos sobre Economía Austriaca y el ideal de libertad, Unión Editorial, Madrid, 1992
26Acosta, Y. “Ciudadanía instituyente en América Latina”. Universidad de la República, Montevideo (Uruguay). Mimeo.
27“La tesis que presento afirma que las ideas de consumo producen la necesidad de consumir pero a su vez, y como efecto identificatorio, promueven la necesidad de ser – y entonces de ofertarse como – objeto de consumo: ser un consumible – existente. Se halla la meta indicada por el mercado como objeto nuclear: ser un consumidor, pero se produce también, al decir de Wisdom, la reversión de la meta: el mercado como objeto orbital, determinando hacia el self que éste se presente como objeto de consumo. He aquí algo de un envés. Probablemente sea ésta la necesidad que provoca la ideología que produce a su vez, la subjetividad de consumidor – consumible.” Zelcer, M. “Subjetividades y Actualidad” – Revista Topía, 2002
28PNUD “La Democracia en América Latina Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos”, 2002.
29Cantarelli, M. “Fragmentación y construcción política: de la demanda a la responsabilidad”. Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación. Cuartas jornadas NOA-NEA de cooperación técnica, Chaco, 2005.
30Bourdieu, P. “La esencia del neoliberalismo”. Traducido de Le Monde Diplomatique (marzo de 1998) por Libardo González. miembro del Comité de Redacción de la Revista Colombiana de Educación.
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